miércoles, 18 de mayo de 2011

Adiós (Sobrevivir). -Por Pepe el de Concha-

                                                 ADIÓS
             ( S O B R E V I V I R )



POBLACIÓN MUNDIAL AÑO 2000

-Seis mil millones de habitantes.


POBLACIÓN MUNDIAL AÑO 2050

-Diez mil millones de habitantes.


CENTRO ONCOLÓGICO CALLAGHAN.-MADRID 15 DE ABRIL 2050

-El Dr. Gorka Zorrotxua, tamborileaba sobre la mesa, valiéndose de un lápiz, a la espera de la llegada del paciente. A sus treinta años, era considerado eminencia en la materia. Tras él, dos de sus ayudantes comentaban pormenores sin relación alguna con temas médicos.

La estancia amplia, pero desprovista de cualquier clase de adornos, era la culminación minimalista. El amplio ventanal con cristal tratado, dejaba pasar la claridad, dando al lugar una luminosidad agradable. La mesa provista de un teclado encastrado y tres pantallas, bastaban para albergar más de diez millones de informes de enfermos sanados de cáncer.

Después de unos ligeros toques en la puerta, accedió  un caballero de metro ochenta aproximadamente, erguido y muy juvenil, vistiendo polo gris perla y pantalón claro, con las rayas, diríase calculadas con escuadra y cartabón, rematado con mocasines negros relucientes.

-Muy sonriente, se dirigió a los Doctores-

¡Hola! ¡Buenas tardes! Solo despedirme y agradecer las atenciones recibidas.

-Que buen aspecto tiene Vd. D. Pedro. Fue el saludo del Dr. Zorrotxua-

Pedro Terrezuelas, había sido tratado en el centro oncológico de un agresivo cáncer de páncreas, y después de diez días de hospitalización, volvía a su domicilio sin rastro de tumoración alguna. Hacía más de veinte años, que esta y otras enfermedades azotes del siglo XX y principios de XXI, habían sido vencidas.

-Don Pedro, el resultado exitoso en el tratamiento de su enfermedad lo conocíamos de antemano, pero ¿qué le ha parecido la terapia aplicada a la segunda parte de él? -Preguntó el Dr. Zorrotxua.-

-Todo perfecto y totalmente de acuerdo en las líneas a seguir. Estoy preparado para ello y espero que con la ayuda de todos, hagamos este mundo mejor para los nuestros- Contestó con firmeza y convencimiento el caballero-

Los tres doctores sonrieron satisfechos.

Y ahora si me disculpan, la familia me espera. Me preparan la fiesta de cumpleaños y estoy deseoso de volver a coger la raqueta, ya que tengo aplazadas varias partidas de tenis con mi biznieto.

El Sr. Terrezuelas cumplía ciento siete años. Las esperanzas de vida, con los últimos fármacos creados y la avanzada investigación médica, se habían situado entre los ciento veinte y ciento cuarenta años.


NEW YORK. DOS AÑOS ANTES.

El emblemático y centenario Empire State Building, esperaba engalanado para la reunión a nivel mundial que aquel día se celebraba. Los cien hombres más ricos del planeta, así como tantos otros Presidentes y primeros ministros de los países más desarrollados, se encontraban después de innumerables negociaciones, no faltos de inconvenientes y prórrogas. Una treintena de científicos y doctores en medicina del más alto nivel, fueron invitados al evento. España estaba representada por el Dr. Gorka Zorrotxua. 

La quinta y la sexta avenidas, se encontraba literalmente ocupada por la policía. Mientras el FBI y la CIA, permanecían en el interior de los hoteles cercanos, custodiando a tan numerosos visitantes ilustres. En los edificios de las cercanas W35 th. St y W36 th. St, tiradores de élite del ejército estadounidense, mantenían vigilia hacia más de setenta y dos horas, y helicópteros de combate sobrevolaban de forma esporádica la zona.

Durante tres días, las reuniones en el amplio salón del piso ciento dos, pocas interrupciones tuvo, solo las horas de comida y llegada la noche, vuelta a los hoteles para descansar.

Miles de periodistas debidamente acreditados, llegados de todos los rincones del mundo, a la salida de las sesiones se desgañitaban voz en cuello, cada uno en su idioma, lanzando preguntas sin obtener respuesta alguna.

Los rotativos mundiales a falta de exclusivas, especulaban e inventaban noticias que sorprendentemente coincidían. -La población de la Tierra aumentaba de forma desproporcionada y los recursos naturales del planeta empezaban a escasear-

Los científicos recibieron encargo de la comisión, dentro del más estricto secreto.


ESTOCOLMO. TRES MESES DESPUÉS.

Cientos de de científicos se reunían, con el mismo sistema de  seguridad de tres meses antes en New-York. El Dr. Erickson presentaba el compuesto químico, para llevar a buen fin la solicitud demandada por la cumbre.

La droga en cuestión, aletargaba al paciente haciéndole revivir sus mejores años y anulando cualquier recuerdo doloroso. Los poderes del gusto y del olor, se potenciaban, así como la libido. En un profundo relax se iba ausentando la persona tratada  sin padecimiento alguno.


EN UN LUGAR RECONDITO DEL AMAZONAS.

El Dr.Bartholomew N´Sue, ajeno a todo cuanto acontecía, refugiado en un laboratorio a la vieja usanza, rodeado de vasos de precipitados, matraces, pipetas, buretas, ampollas de decantación etc. etc. jadeaba y un sudor frio le recorría el cuerpo. Una mezcla inexplicable de euforia y a la vez miedo y frustración lo embargaba. 

Expulsado de no recordaba cuantas Universidades del Mundo, por fin había culminado lo que toda su vida había intentado, a pesar de pasar de científico honorable de nivel mundial, a proscrito. Había conseguido aislar lo que él llamaba célula matriz y una vez estimulada con el compuesto descubierto, ella se encargaba de activar de forma encadenada a todas las demás con el consiguiente rejuvenecimiento de todas las existentes en el cuerpo. Había conseguido eternizar al ser humano, aunque paradójicamente era su sentencia de muerte.


DISTRITO DE SAN BLAS.-MADRID AÑO 2051.

A la puerta del domicilio de los Terrezuelas, un amplio y lujoso autocar esperaba. D. Pedro a punto de cumplir los ciento ocho años, se despedía de sus familiares. Sin equipaje alguno se dirigió hasta él, prácticamente estaba al completo, antes de acceder a su interior, volvió la cabeza y alzando la mano, con una amplia  sonrisa saludó con un ADIÓS.         
   

                                                                                             Pepe "El de Concha"
 

miércoles, 20 de abril de 2011

TOLERENCIA 0 , por Pepe "el de Concha"


T o l e r a n c i a    o
ESCANEO DE UNA SOCIEDAD HIPÓCRITA



Si transitan ustedes por la antigua carretera del Algarve portugués, a poco que se fijen, observarán la diversidad del paisaje. Los pueblos y urbanizaciones, que como óleos gigantes se van mezclando, intercalan entre ellos pousadas y casas do pasto para deleite del turista. Ese reino sin rey ha sabido dar al “guiri” todo lo necesario para sentirse soberano y hacer de esa tierra la suya; hasta tal punto de dejar sus huesos en ella y esperar, con la obligada paciencia, el juicio final.
 
Miguel mantenía el coche a una velocidad moderada pues su mujer, en cada tramo, insistía con una sonsona intermitente y con vocecilla “perdonavidas”, Miguel, no corras, Miguel, no adelantes. Él, en algún momento, creyó que la recomendación de prudencia venía incluida como extra del coche. Uno de los muchos carteles publicitarios que orillaban la ruta le llamó poderosamente la atención. Una botella de, aparentemente, buen vino junto a una copa quebrada con el rojo néctar que maculaba el alba mantel, incluía una leyenda que rezaba, – TOLERÂNCIA ZERO - . Estos lusos transponen la normativa comunitaria en cuarenta y ocho horas, y además, la hacen cumplir con igual celeridad. Una súbita sinapsis neuronal lo transportó a aquellas conversaciones en las que su padre le aconsejaba moderación. Sostenía su padre que los sentidos oscilaban en una suerte de claro-oscuro, que se debía mantener el equilibrio entre los sentimientos y la conciencia y que a poco que tal oscilación se angulara más de lo preciso, una costra de hipocresía cubriría los sentimientos aletargando la conciencia.

Su padre, al igual que tantos otros, se vio involucrado en una guerra que él no había querido ni provocado Si jamás había tenido roces fuera de contexto, ni tan siquiera ojerizas a su vecino, ¿cómo acataría órdenes de sacarlo de este mundo? Tras dejar a su madre, viuda, hecha un mar de lágrimas, se encontró de golpe en el tristemente famoso Frente del Ebro, en el bando que él tampoco había elegido y dónde la dureza de la contienda repartió méritos entre la miseria y la épica. Destinado al Regimiento de Transmisiones, fue radiotelegrafista, gracias a lo cual siempre decía dormir tranquilo, después de tres años de guerra no había matado a nadie.

 Con estrella en las mangas, que lo distinguían como alférez, además del peso en el pecho de tres medallas, volvió a su casa para olvidar y empezar de nuevo. Le  ofrecieron continuar su carrera en el ejército. Con los estudios que poseía podría llegar a Coronel, le decían, y, porqué no, a General. Tuvo que equilibrar su claro-oscuro para decir no, no quiso traicionar a sus sentimientos para no avergonzar a su conciencia. Las cosas empezaron a ir mal. Le despidieron del colegio en el que enseñaba, decían que desprendía un tufillo de librepensador. De todas formas, la cosa no pasó a más, ¿acaso no era un casi héroe de guerra? Dando clases particulares de Matemáticas a los hijos de ciertos burócratas que sí sabían mudar su piel, aliviaba su mal vivir. Mientras gestaba a Miguel, su mujer, que era telefonista en un centro estatal, también perdió su trabajo sin ninguna explicación como finiquito. Su habilidad con las labores de limpieza y la costura le sirvió para emplearse en algunas casas de la burguesía eterna.

Rechazando los motivos que tenía, más que suficientes, para odiar y maldecir, le descubrió a Miguel el sabor de las libertades. El valor de la tolerancia como motor de la convivencia, el respeto a las ideas ajenas sin renunciar a las propias, le explicaba que con paciencia; harían posible que otras generaciones construyeran un mundo libre. Terminaba siempre con el mismo consejo; no sólo bastaba con difundir esas convicciones, también debía aplicarlas. Miguel, aún niño, daba vueltas a lo que su padre  le contaba sólo durante un par de minutos, antes de emular a Kubala en las calles del barrio. Debían ser cosas de adultos que él no acababa de entender bien, pero aquello, como la lluvia estival que cae en tierra seca, iba calando en la formación de su personalidad para germinar en posteriores estaciones de su vida.

Con gran sacrificio por parte de sus padres, y visibles carencias en la olla y en la ropa, se graduó en Magisterio. Los vecinos de toda la vida comentaban, ¡Mira, Miguelín ya tiene su carrerita¡ Ahora podrá ayudar a la familia.

El claro-oscuro de su padre fue asignatura obligatoria para todos los alumnos que pasaron por sus aulas. Curso tras curso reiteraba de forma cansina la necesidad de tolerancia para conseguir la paz en el vivir diario.

Ahora, tras su reciente jubilación, hacía balance del país donde vivía, y con tristeza contemplaba, el deterioro de la tolerancia. Prefería ese pesar a la indiferencia, al fin y al cabo, lo que estaba ocurriendo no dejaba de ser sino un paso atrás de toda una sociedad. 

Constantemente se hacía la misma pregunta, incapaz de contestarla.
¿Se estaba confundiendo la indiferencia con la tolerancia?
 ¿El exceso de tolerancia lleva a la intolerancia?   

 En foros y debates, se hablaba para la galería. Sobre la misma cuestión variaban los resultados dependiendo si la votación se hacía a mano alzada o de forma anónima. ¿Hipocresía?

La terca realidad de los hechos, tras ser tamizada por la prensa y la radio, se travestía tan sutilmente que se empezaban a difuminar los conceptos de tolerancia e intolerancia de tal forma que él, siempre con el claro-oscuro equilibrado, empezaba a dudar si la balanza estaba bien calibrada. 

Un político de este país publicaba en un periódico de tirada nacional:

“Ningún país puede admitir más inmigrantes de los que pueda integrar con los mismo derechos que sus nacionales”
¿Tolerancia o intolerancia?

El primer ministro australiano, ante la intransigente postura del colectivo inmigrante musulmán con respecto a las costumbres ancestrales del país, los ha invitado a integrarse, o marcharse.
¿Tolerancia o intolerancia? 

Por asombroso que resulte, al paso de una reciente manifestación de los trabajadores de astilleros que se dirigía hacia la sede del partido en el gobierno, lo atronador era el silencio, mucho más agresivo que cualquier alusión. Las campanas de la Catedral tocaban a muerto. 

En los corros de los que, desde las aceras, contemplaban, indiferentes, el paso de aquellos que defendían su puesto de trabajo, se escuchaba:
 -Total, para lo que les va a servir-
 -Que saquen a los políticos y los corran a gorrazos-
¿Estará empezando la costra de la hipocresía a aletargar a la conciencia?

El aparcamiento era amplio y, con una fácil maniobra, Miguel aparcó.

Su mujer, dirigiéndose a él, le recriminó, ¡Por Dios, hijo¡ no has dicho ni una palabra en el camino.

Miguel sonrió y, sacudiendo la cabeza, se prometió ser inmisericorde con el arroz de marisco y el bacalao al douro.


                                                                                                  

                                                                                                   Pepe el de Concha.

sábado, 1 de enero de 2011

Feliz año nuevo.


Puertas abiertas a un año más
Una ventana en el tiempo
Una ocasión, otra ilusión te esperan sólo a ti
Puertas abiertas a un año más
puertas abiertas a algún lugar
para ti


FELIZ AÑO 2011


viernes, 24 de diciembre de 2010

CONFITERÍA JORVA

Confitería Jorva .- Un lugar llamado milagro 

  
"¿Que quieres niño?" "¿Tiene usted dulce de calabaza?"
"Recién salidos, da gloria verlos como la escarcha".
A freír ya los pestiños.

                                                                               Carlos Cano: Alacena de las monjas

       Hubo una estrecha relación que unió generaciones entre muchos onubenses y una vieja y gloriosa confitería, situada en el mismísimo centro de Huelva, cuyo nombre es ya leyenda en la ciudad. Ha pasado tiempo desde que cerró sus puertas, casi de manera clandestina, pero constato cuando hablo de ella, cuando la nombro en una reunión, en un momento de cariñosa nostalgia, siempre escucho una frase similar: ¡Que dulces los de Jorva!, el otro día probé unas milhojas en una pastelería que han abierto nueva que me recordaba a esa delicia, pero no es lo mismo.

            A principio del siglo pasado los Jorva, procedentes de Cataluña se establecieron en Huelva, fundándose nuestra querida confitería allá por el año 1905, así durante casi cien años. Los pasteles de Jorva iban a acompañar las vivencias de muchos de nuestros abuelos y nuestros padres. En sus primeros años competía en su sabiduría pastelera y arte confitero con otros locales, de especial recuerdo, como eran la pastelería del Buen Gusto y La Campana. Dicen que el secreto culinario de los pasteles de Jorva, provenían de la suegra de su fundador que poseía la esencia de unas recetas tan secretas como ambicionadas. Hemos de decir que ya que desde sus primeros años la deliciosa pasta, hojaldres y crema arrebataron a la sociedad onubense de la época.

            Durante el siglo pasado la confitería por excelencia de nuestra ciudad pasó muchas vicisitudes, su crecimiento lleno de dificultades, los años de racionamiento que  redujeron drásticamente la cantidad de azúcar para la elaboración de sus pasteles, las pequeñas vicisitudes de un comercio familiar frente a la realidad de unos nuevos conceptos industriales. Poco a poco, año a año Jorva y sus dulces, fueron ganando prestigio sus victorias, los romanos, los chamacos (en honor del torero Antonio Borrero que había trabajado como repartidor en dicho establecimiento), sus portentosas milhojas, las lenguas de obispo, los colombinos, en Navidades sus turrones y Roscos de Reyes y en Pascua sus pestiños o  torrijas, fueron convirtiéndose en una divisa de identidad en la sociedad onubense.

             Mi relación con Jorva es muy peculiar ya que mi familia fue una fanática, casi radical de la confitería. Ya desde pequeño eran frecuentes mis visitas y como la vieja empleada había atendido a casi toda mi familia le hacía gracia que yo apareciera por allí como un renacuajo, me trataba con especial cariño. Entonces me obsequiaba siempre con algún regalo (moneda de chocolate, caramelos, un pirulí…) lo cual hacía más productiva la visita. Entre la amabilidad de esa señora, de la que desafortunadamente no recuerdo el nombre y el encanto en sí de los jugosos y deliciosos pasteles puede decir que Jorva me enganchó desde bien joven. 

            Cuando con 18 años llegue a Sevilla a estudiar, una de mis aficiones era encontrar una pastelería que llegara a la altura de nuestra querida Jorva.  Esta era para mí una seña de identidad, un orgullo que defendía a capa y espada contra mis amigos sevillanos, ellos presumían de los pasteles de La Campana, de Ochoa, del Horno de San Buenaventura, la solución era muy fácil les traía media docena de pasteles de Jorva y la conversión era instantánea; ellos luego era los forofos de nuestra Confitería. Por aquella época la visitas turísticas a nuestra ciudad debían estar acompañas de la ración de gambas y coquinas, el plato del buen jamón de Jabujo y por supuesto de unas milhojas o chamacos de la mejor pastelería de la ciudad.

            Hubo un año en que tome una decisión vital, trascendental en mi vida: Tal era el placer que me causaban los pasteles de Jorva, que quise convertir en acontecimiento cada degustación de los mismos. Se acabaron por tanto las visitas casi diarias, las medias docenas los fines de semana, eso se estaba trivializando, demasiado disfrute, me dije. Entonces, creo que con tino, decidí que sólo tres veces al año iba a sentir ese tremendo manjar. Marque en el calendario dichas fechas, Nochebuena, Nochevieja y el día de mi cumpleaños Puedo decir que tal decisión fue un éxito absoluto, no porque dejara de consumir esos pasteles lo cual era una pequeña desgracia, sino porque en cierto modo pude santificar esos momentos esplendorosos. Así puedo decir con una rotundidad que no admite dudas que cuando llegaba el día 24 de diciembre y probaba el Romano de Jorva (para mí lo más parecido  a un milagro en el arte culinario) me sentía un ser privilegiado, lo degustaba con la sensación de lo efímero, de lo que se agota, de lo único. 

            Mis amigos sabían mi devoción por Jorva, yo los intentaba hacer participes de ella, muchos de ellos me lo reconocían, pero había alguno que lo discutía. Por aquella época (estamos hablando de los noventa) siempre en Navidades, organizábamos las famosas fiestas de fin año. En ellas era casi el único que me empeñaba en que hubiese como acompañamiento a tantos litros alcohol unas bandejas de pasteles y de saladitos. Las discusiones eran casi bizantinas, la pastelería Dioni empujaba con gran fuerza, ya creo que se había establecido en la calle Concepción, haciendo competencia a una confitería que por desgracia iba cayendo por mor de una mala gestión comercial y una cierta antipatía de los últimos eslabones de las generaciones de propietarios. Mi lucha estaba perdida, pero al final siempre conseguía que al menos trajeran algunas bandejas. Lo curioso es que a los organizadores siempre les llegaron alabanzas de esos pasteles, que por supuesto desaparecían nada más ofrecerse, lo cual interiormente me llenaba de orgullo, porque en el fondo les hacía saber la superioridad aplastante de estos sobre los de Dioni.

            Jorva desapareció sin que nadie pusiera mucho empeño en que continuara, desidia, falta de compromiso, algún expediente de ruina… Huelva dejó que unos sus símbolos culinarios se diluyera. Pero pese a la tristeza absoluta que nos dejó a los que éramos sus clientes, el tiempo ha ido ayudando a esta institución. Evidentemente no volveremos a paladear ese petisú de crema o esas deliciosas milhojas, pero su recuerdo es tan fuerte, es tan poderoso que su mítica ha ido aumentando de una manera absoluta, intensa, definitiva con el paso del tiempo.

            De vez en cuando alguien me comenta que ha podido probar un pastelito de la antigua confitería, que alguna institución oficial tiene la fórmula secreta de la crema pastelera, que en una fiesta privada han convencido al viejo propietario para que se ponga manos a la obra (cosa que dudo). No sé si son ilusiones o un vano intento de recuperar un paraíso perdido, pero puedo asegurarles que desde que cerró este local de la calle Palacio, por más que he buscado, ningún pastelito que yo haya degustado ha llegado ni a la mitad de la altura de esa cumbre del buen gusto. 

            Decía Woody Allen en su película Manhattan algunas cosas por las que  merece la pena vivir, como el  genio neoyorkino es un cultureta de cuidado nos hablaba de Groucho Marx, algunas películas suecas, de La Educación Sentimental de Flaubert, de  las increíbles manzanas y peras de Cezzane, Frank Sinatra, Marlon Brando, el segundo movimiento de la sinfonía “Jupiter” y alguna más. Seguro que mis razones son más simples, más primarias, pero entre ellas siempre estará la textura y sabor de un “Romano” de Jorva proveniente de un lugar para mi llamado “Milagro”.



domingo, 12 de diciembre de 2010

LA HUELVA QUE PERDÍ (con dibujos de Currito Martínez)

       Recuerdo, no sé si con nostalgia, tristeza o simplemente con la melancolía que trae el paso de los años, aquellas tardes en el Parque de los Monos, con su estanque de los patos, las palomas, columpios,  toboganes, el Fuerte de madera, el laberinto y por supuesto su  Zoo. Allí, en sus pequeñas, sucias y destartaladas jaulas nos esperaba, el ciervo, los pavos reales, pájaros del mil colores y sobre todo la Mona Juana.
      Recuerdo cuando llegaban las Navidades, entre el bullicio y luces de sus calles, las largas colas en Baltasar para comprar los petardos (los verdes casi sin mecha de 1 peseta  eran, por su precio, nuestros preferidos), las bombitas de peste, los polvos pica-pica y demás artículos de broma que eran promesa  de tardes felices en las que toda la maldad del mundo se limitaba al uso de tales artilugios. Luego, en víspera de la Semana Santa, otra vez a Baltasar o a la Imprenta Pastoriza para hacernos el capirote de Semana Santa, que el del año pasado se estrujó en el fondo del armario.

 






Luego, si quedaba algo de dinero, 
visita obligada al Kiosco a comprar chucherías, tebeos,estampas y sobres de soldaditos.










      Recuerdo aquellas tardes del sábado entre futbolines, billares y máquinas de petaco (los de la Plaza de las Monjas, la Olimpiada, el Subterráneo, los de Felipe, Billares Gálvez…….). Cuando se nos acababa el dinero o no había ambiente de “el que pierde paga en los futbolines” nos sentábamos en la barandilla de” los pijas” a ver pasar a las niñas del Santo Ángel y de las Esclavas……… y así pasábamos las horas





Y los domingos al cine que echan la última Terence Hill y Bud Spencer.






       Y después, aun lo recuerdo,  entre cervezas, mistelas y medias limetas de blanco de Bonares creíamos ser ya adultos y tener el mundo en nuestras manos. El Kike, el Pechuguita, el Joseli, el Mateito, etc. 






Y por supuesto los 3 Hermanos, con Luchi y Pepe a tomar la tortilla, el lomito y (sobre todo) la mejor cerveza de Huelva.


 




Si había hambre y dinero íbamos al Savarín o al Poseidón.









Y si no se podía porque el dinero era poco, pues a la Lechería (a los pies de las escaleras que llevaban al Parque de la Esperanza)a tomar  litronas fresquitas que son más baratas.




      Intento recordar la Huelva que perdí y ya apenas alcanzo a ver las huellas de un recuerdo, los ecos del pasado.

“Vulnerant omnes, ultima necat” 

domingo, 21 de noviembre de 2010

LA HUELVA IGNOTA (3)

       Entre estas dos fotografías distan 640 kilómetros,  la primera es bien sabido que se encuentra en la Plaza del Sol de Madrid, pero exactamente ¿donde se ubica la segunda de ellas?





      Para los que no lo hayáis acertado: este mojón se encuentra en la avenida Alcalde Federico Molina, justo frente a Hipercor.


martes, 16 de noviembre de 2010

Los Cines de Ayer: El Palalcio del Cine (por Malpaso Domínguez)


 1976.-  EL PALACIO DEL CINE.- Tiburón (La morada del miedo)

La mer
au ciel d'été confond
ses blancs moutons
avec les anges si purs
la mer bergère d'azur infinie.
                                                                       Charles Trénet- "LaMer"
(El mar
en el cielo de verano se confunden
las nubes blancas
con los ángeles puros

el mar, pastor azul sin límite.)

  

Hoy sería poco recomendable llevar a un niño de once años a ver un  película donde un escualo de casi diez metros se llevaba casi toda el metraje desmembrando miembros  de los bañistas de una concurrida comunidad playera, pero en los setentas no había quizás tantos miramientos con la infancia, ni tanta pedagogía de manual. 

Lo cierto es que mis padres, inconscientes ellos, me llevaron a ver una película americana de título tan breve como aterrador  Tiburón.  Este acontecimiento   fue unos de mis primeros recuerdos de ir al cine comercial, al cine de estreno. Con esa edad la impresión que  causó, este Tiburón blanco de dimensiones gigantesca y voracidad atroz, en mi  fue absoluta. 

Sigo  aún sin  comprender  cómo mis padres me llevaron al Palacio del Cine, un lustroso y coqueto local en la calle Bejar  a ver esta película, pudo ser un acto poco reflexivo, un acto que huía de cualquier manual educacional  pero sea como fuera se los agradezco. Con Tiburón,  empecé a amar el cine. 



El Palacio de Cine era un local de estreno, céntrico,  donde echaban películas de primera clase. No era un cine grande y sus sillas eran algo incomodas, lo cual evitaba que  cuando te metías en algún bodrio no cayeras en los brazos de Morfeo con la facilidad con la que esto podía ocurrir por ejemplo en El Emperador.

Lo explotaba la empresa de Sánchez Ramade que también había  tenido El Terraza Palacio, un cine  de verano en la calle Plus Ultra, donde ahora se asienta las dependencias municipales y anteriormente los Almacenes Arcos, que yo no llegué a conocer. 

Allí también vi con mis padres Rocky, la primera, la buena, pero si tengo que elegir entre las andanzas del monolítico y pétreo Stallone en su lucha por el título mundial de los pesados contra el poderoso Apollo Creed, y la de ese atroz pez que te atrapa de miedo y pavor durante toda la película, la elección es clara.  

Jaws, título original, de la  película lo tenía todo, el inagotable atractivo del mar, el peligro acechante que se oculta bajo  la inmensidad azul del océano, seres enormes y peligrosos. Tiburón nos lleva al mundo de la aventura, nos acerca a Moby Dick, sobre todo  en ese personaje, interpretado con una fuerza inusual por el inolvidable Robert Shaw, un cazatiburones, intransigente y encallecido que parece solo tiene un objetivo en su vida, cazar al “gran tiburón”. 

La película nos intriga, nos deja con la boca abierta durante su metraje, en una gesta épica, protagonizada por individuos comunes y corrientes, con un final donde nuestro personaje favorito muere, porque quizás solo para los verdaderos héroes no hay salvación.

Cuando salí del cine todavía embobado por esas dos horas de miedo insuperable, me acerca con reverencia al cartel y me fijé en su director un tal Steven Spielberg, y decidí en ese momento que este no iba a ser un cualquiera en mi vida.

El Palacio de Cine, ilustre nombre para un local más bien modesto y algo incomodo, fue un cine de entidad en nuestra ciudad.  Cuando finalmente  desapareció, su destino fue particularmente triste. Si el final  de un cine para convertirse en un bingo, tienda de grandes almacenes, supermercado es cuando menos algo deprimente, este local donde tantas aventuras se vivieron, donde tantos sueños se convirtieron en imágenes es ahora una apagada oficina de  atención a los usuarios de la Seguridad Social. Los sueños se volvieron burócratas.